Santiagueño
de un metro 69. Flaco y desgarbado. Mirada maniática. Categoría 53. Virtuoso en
la materia del encare. Rápido con la cabeza y las piernas. Conocedor férreo de la
villa del Bajo Belgrano. Le podía faltar cualquier cosa, menos la pelota.
¿Loco? Sí, pero un loco lindo. Afortunados los que vieron la gambeta del Hueso.
En la villa
no existía el pan de cada día. El único alimento era la pelota, y René Orlando
Houseman la gastaba. “Con eso nos criamos”. Se había venido desde La Banda, ciudad de Santiago.
Terminó sexto grado a las patadas, con 14 años, en el colegio Mariscal Sucre.
Se llevó mal con los libros. Pero en la
cancha, estaba en la pomada.
Debutó por
el año 1971 en Defensores de Belgrano, a pesar de ser hincha venenoso de Excursionistas. Con el tiempo, René sería comandante en Parque Patricios. En 1973 César Luis Menotti lo
llevaría a Huracán, en donde jugó 8 años y fue campeón del Metropolitano en el
mismo año. Equipo maravilloso. Paladar negro. Fútbol de izquierda, galera y bastón.
No podía
faltar en la
Selección Argentina. Jugó seis años. Participó en el mundial
de Alemania 1974 (tres goles), eliminado en cuartos de final, y fue campeón del
mundo en 1978 (un gol). ¿Qué pensaría la estructurada FIFA de un señor como
Housseman?
Disfrutaron
de su magia River Plate, Colo-Colo, Independiente, y hasta se dio el lujo de
llevar su sangre santiagueña a Sudáfrica, en el AmaZulu FC, de 51 años de
historia en ese entonces. René cumpliría su sueño una tarde de 1985. Jugaría su partido
despedida en el club de sus amores. El único encuentro en el que vistió
la verde del Excursio.
El Hueso
vivió con desordenes y extremos. Una tarde de la década del 70 todos los
jugadores de Huracán concentraban para el próximo partido. La estrella no
estaba. Menotti y su colaborador Poncini sospecharon el lugar. Fueron hasta la
villa del Bajo Belgrano. Ahí estaba Housseman. Sentado en el banco. Jugaba el
clásico picado con sus amigos. Menotti preguntó furioso que hacia ahí. “Viste
como juega el 11”,
contestó René y aclaró porque era suplente.
¿Pero que
iba a hacer el Flaco? “Era una mezcla de
Maradona y Garrincha”, dijo César Luis alguna vez. “El jugador más
talentoso de todos", expresó Carlos el Inglés Babington. La picardía por
excelencia. La imaginación en velocidad. El Hueso te bailaba descansado o sin
dormir.
La jarana
con los amigotes vale mucho. Nunca se olvidó de su estirpe villero. Mucho orgullo.
El Loco jugó con las mismas cartas en la cancha y en la vida. Sencillo, claro por demás.
Con sus problemas a cuestas, el Hueso sigue gambeteando a la vida. Indomable.
Como un caballo negro. “Que hubieras sido con disciplina”, rezan muchos. Así
como está va bien. Calláte, y admirá la gambeta de René.
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